La conciencia
social se expresa de la mejor manera cuando todos, sin distinciones, se animan
a salir, a ganar las calles, a convocar, a hacerse oir. Y todo ese pasa en las
plazas.
Las plazas
viven, sufren, movilizan, convocan y son, tal vez sin quererlo o sin haber
nacido para eso, escenario de las mejores y las peores cosas; de las más
conmovedoras y las más indignantes.
En el
transcurso de 24 horas pasan de tener el colorido de los chicos jugando en sus
juegos, el idilio de los enamorados en sus bancos, a, en ocasiones, la
postergación de alguien sin techo, el abandono y una extraña sensación de
inseguridad, cuando caen las noches.
En tanto ámbito
público, congrega, contiene y expresa todas las diferentes caras de una sociedad
compleja, dinámica y ecléctica como la nuestra; por eso mantenerla limpia y
ordenada es tan difícil y por eso, cuando se logra, quedan tan lindas; porque
hay algo del orden de lo nuestro en cada una de sus imágenes.
Ayer, una vez
más, la plaza principal de la Ciudad –como las de muchas otras de muchas
ciudades del país- cobijó el reclamo desesperado de una sociedad que se preparó
de la manera más cruda, pero también más madura para ponerle un freno a la
desquiciada tendencia de arreglar todo a los golpes y sobre todo a los golpes a
las mujeres.
Porque en el
seno del reclamo por “Ni una menos” también está, ciertamente, la voluntad de
decirle basta a la violencia en todas sus manifestaciones y hacia cualquier
persona, sea mujer o sea varón; sea chico o sea grande.
Los innegables
cambios que ha sufrido –sufrir es sólo una expresión- nuestra sociedad, han ido
dando lugar a que de a poco la idea de arreglar las cosas a los golpes quedara
extemporánea y comenzase a ser vista como una actitud desviada o por lo menos cuestionable.
Pero aún queda
mucho camino por recorrer; quedan generaciones que mantienen cuestiones de
educación que pegan –valga la paradoja- de lleno en la educación de nuestros
hijos. Y cuando a ellos se les da mensajes equivocados, las consecuencias son
estas.
Sostener viejas
fórmulas, interpelar las nuevas, pregonar “que todo tiempo pasado fue mejor”,
no es más que la cabal rendición a seguir sosteniendo generaciones violentas,
machistas y abusivas.
“Los psicólogos
hablan mucho pero entienden poco”; “a los chicos no hay que darle a elegir
tanto”; “acá se hace lo que digo yo”; “si ahora los dejás que tomen decisiones,
después te pasan por arriba”; "dado a tiempo, una buena cachetada también educa".
Esto es apenas
un pequeño, ínfimo, muestrario de las frases que deben comenzar a erradicarse y
pasar a formar parte de un recuerdo vetusto e irrepetible para empezar a armar un entramado social diferente, más igual, en
donde todos comprendamos los límites, no a partir de los golpes y las
imposiciones, sino mediante la lógica, cierto grado de consenso, tolerancia y,
sobre todo, mucho amor, único motor de cualquier cambio constructivo.
El cambio es
ahora, y empieza en cada uno, y con los más chicos. Y debe manifestarse en cada
momento, cada acto, cada decisión; respetando, tolerando y enseñando con
paciencia. Por eso; ni una menos, ni uno
menos y con todos.