La mediatización de muchas de las manifestaciones periodísticas –noticieros, programas informativos, flashes cada media hora, etc.- ha redundado en la perturbación de esta objetividad a la cual se debería perseguir y cada vez menos se honra. La gente no parece querer productos crudos; parece que cada vez más se busca la noticia elaborada, con su correspondiente baja de línea lo más explícita posible.
Algo –mucho- de esto tuvo que ver con la proliferación de canales informativos en el cable, y algo de eso hay en esta nueva forma de percibir el periodismo como show desde muchos y muy diversos ángulos. Pasar las 24 horas repitiendo incansablemente las mismas noticias, obliga, para que la gente no pierda las ganas de seguir consumiéndolas, a buscar estrategias comunicativas tendientes a la empatía con el televidente. Hace falta entretener, más que informar y comprender.
Taladrar el cerebro de los espectadores con las mismas noticias durante varias horas seguidas, repitiendo como loros palabras e imágenes, es la mejor forma que encuentran estas empresas para evitar la pausa, el análisis y la generación de pensamiento de quienes consumen las casi siempre malas nuevas. Además, por si algo hace falta para el “adoctrinamiento” de la gente, cada tanto mechan alguna opinión desde el más llano sentido común en el medio; ese que se cree inapelable pero que carece de un pensamiento previo demasiado elaborado.
Algunas de esas estrategias suelen caer de manera invariable en el humor, siempre acartonado, de los presentadores de turno -cada vez menos presentadores y más editorialistas de la empresa para la que trabajan- lo cual matiza las noticias con puntos de vista e ironías de todo tipo que tenuemente se van filtrando en la mente del televidente, a veces sentado ahí de manera intencionada y otras tantas circunstancial.
Salvo algunas excepciones –ya casi inexistentes-, la total pérdida de objetividad genera que el espectador sepa de antemano qué canal sintonizar para consumir las noticias que más se acerquen a su voluntad de consumo para, de esta forma, seguir prolongando su visión del mundo sin modificarla ni enriquecerla.
Uno de los temas que ha despertado esta creciente tendencia fue la reciente “federalización” del torneo de fútbol organizado por la AFA. Suspicacias de toda índole, sumadas a ironías y a términos alegremente pronunciados como “mamarracho”, han atentado contra una de las pretensiones que debería tener la actividad del periodismo.
Sea o no un mamarracho, eso no es tema de análisis de esta columna. Es un verdadero mamarracho que el presentador de una noticia, alguien que debería tener una mirada imparcial, se dé el permiso para atentar de esta manera contra el que quizás deba ser el mayor valor del periodismo, junto a la credibilidad, clasificando de este modo la noticia a presentar de antemano, antes de ser puesta en debate.
Pero el espectador no reclama seriedad; no persigue el análisis personal. La comodidad es una de las marcas registradas de este nuevo tiempo y no pensar demasiado se presenta como una forma interesante de consumir de la misma forma noticias que hamburguesas.
Y justamente es esa cultura del fast food la que parece prevalecer en el consumo de la noticia como un producto previamente procesado. Y como todo producto previamente procesado, suele ser nocivo para quien lo percibe porque no se sabe cuál fue el proceso de elaboración por el que pasó.
Esta tendencia, probablemente también presente en otros países, se da, en parte, por la aparición, en el papel de periodistas, de personajes que no han tenido una formación adecuada para esta tarea. Son emergentes de un fenómeno superior, que es el de la importancia crucial de los medios en la sociedad, que busca, en lugar de comunicar puramente, generar, mediante la utilización de figuras con cierto “estatus”, la proliferación de ideas más de que noticias. Algo muy parecido pasa y pasó con la política.
Todo artículo –este no queda exento de esta definición- tiene implícito de manera más o menos evidente, la opinión de quien lo realiza o de quien lo soporta. Pero también es de buen comunicador no caer en figuras repetidas e innecesarias para, de este modo, tratar de seguir nivelando desde la actividad las cosas hacia abajo. Generar debates, razonamientos y libres asociaciones es mucho más rico que prolongar el letargo de una sociedad que devora noticias al mismo ritmo que hamburguesas.