domingo, 1 de agosto de 2010

El poder del bigote

Pocos "accesorios naturles" del hombre -del varón, en este caso-, son más definitorios que el bigote.
En cualquiera sea su expresión -chiquito, cortito, grueso, finito, abundante, etc-, el bigote es una de las cosas que más define el rostro, sino la que más; y la define tanto por su presencia como por ausencia, en el caso de que esta sea antecedida por su existencia previa. Así, es más fácil imaginarse a alguien con cualquier cosa que con bigote o sin cualquier cosa que sin él.
Nunca carece de una intención ulterior el uso del bigote, nadie se lo deja "porque sí". Hay algo detrás del bigote -además de la piel del labio- que esconde una finalidad mucho más compleja.
El bigote ha ido teniendo diferentes usos y una variada reputación con el correr de los años y se sigue resignificando indefinidamente. Allá a lo lejos, siempre significó un distintivo jerárquico y muchos fueron los próceres que lo usaron antojadizamente. Más aquí en el tiempo, tener bigote implicaba cierto lugar en la esfera social que no todos se animaban a ostentar: los policías -cuando ser policía era ser, casi, el guardían de la vereda y en ocasiones eran alguien más respetado por temor que temido por antecedentes- lo usaban y, entre los deportistas, por ejemplo, no eran pocos los jugadores de rugby de décadas pasadas -cuando jugar al rugby era todo una marca de jerarquía- que lo paseaban por las canchas; también, claro, funcionarios de alto rango -con Dante Caputo y su careta a la caebza- y pensadores de todas las ramas.
Tal es la fuerza del bigote que, además de ditinguir inequívocamente a una persona, es condición sine qua non para que la barba adquiera forma como tal. Sin bogote, la barba es un monton de pelos incrustados inconvenientemente en la cara. Tan es así que resulta una empresa mucho más complejo imaginarse a Abraham Lincoln sin el pelo de los costados de su cara o al mundo sin pobreza, que con bigotes, lo cual lo haría una persona totalmente irreconocible para muchos. ¿Alquien se puso a pensar cómo quedaría Hitler sin bigote? Imposible.
La gente que se deja el bigote, cuando se lo saca, mágicamente pasa a tener un labio miserable. Es como si su no exposición, su condición de mero apoyo del bigote, atentara directamente contra su normal desarrollo. Sucede exactamente lo mismo con la porción de piel que va desde el fin del labio -o el principio, depende cómo se lo mire- con el inicio -o el fin, con el mismo criterio que lo anterior- de la nariz, que ha dejado de ser la plataforma en la que se siembra el tierno bigote a ser algo que tiene entidad por sí mismo.
El bigote es un producto termiando. Y por ello, otra de las caraceterísticas que tiene este pedazo de pelo, tupido y delimitado, es su condición de "viaje de ida y/o vuelta". ¿Qué quiere decir esto? Que todo aque hombre que ante nosotros se presenta con bigotes, una vez que se lo saca, si es que decide sacárselo, raramente vuelva a dejárselo. Ahora bien; si por alguna razón decide retomar aquel look, muy pocos serán los que adviertan el desarrollo de esta nueva matita; cual fantasmas en las tinieblas, los hombres que se dejan el bigote pasan mágicamente a tener el mismo bigote de antes sin que se les conozca el camino intermedio. Un ejemplo de esto es alguien como Guillermo Francella que, cuando se tuvo que sacar el bigote para "Naranja y media", antes de que le nazca por completo, se puso uno postizo; además, en ese tiempo raramente daba algún reportaje, seguramente harto de que el primer comentario estúpido al verlo sin el mostacho fuera "Hay... es tan raro verte sin bigote... aunque te queda bien así".
Así como antes estaba asociado a cuestiones de, si se quiere, cierto rango social, hoy el bigote, al menos en los jóvenes, guarda alguna relación con artistas y gente "bohemia" -palabra ciertamente inexacta y difusa que no dice absolutamente nada- que quiere, a su modo, también distinguirse de alguna manera del resto.
Hay algo en el bigote que paraliza, que detiene, que hace pensar que algo no va a ser como sería sin él. Seguramente fomentado por los muchos actores porno retro que lo usaban, se tiende a imaginar al hombre con bigote como más viril, más hombre, más rudo; aunque todo se trate de una longeva relación con estos personajes a los cuales lo que los hacía estrellas porno no era ciertamente el tamaño de su bigote.
Otro de los poderes del bigote es su carácter aleplativo. ¿A qué me refiero con esto? A que es el primer atributo que se le reconoce a una persona. Quizás porque no sea tan usado, al tipo que tiene bigote, la forma más fácil de reconocerlo en situaciones de urgencia es decirle sencillamente "Che, bigote"; cosa que no sucede con la barba, por ejemplo.
Actores, rugbiers, policías "de los de antes", "bohemios", no son más que las disintas tribus que han adoptado esta particular forma de encarara la vida, por muchos ignorada pero por varios de ellos fantaseada. ¿O acaso nadie tuvo la tentación de dejarse el bigote alguna vez sólo para, depsués del café con leche o del generoso trago cerveza, limparse lo que queda en el bigote con el labio inferior?