jueves, 13 de junio de 2013

Angeles caídos

   Hace más de 20 años, Mario Pergolini, en su programa de Rock And Pop “¿Podría ser peor?” anunció la supuesta muerte de Phil Collins e, instantáneamente, sometió a los medios a un examen que aún hoy sigue sin aprobarse y cuyas consecuencias se evidencian cada vez que ocurre alguna tragedia. La magnitud de determinadas noticias da cuenta, por sí solo, de la cantidad de la información que se brinda en desmedro de la calidad y la veracidad de los datos.
   La muerte de Angeles Rawson, la joven cruelmente asesinada presuntamente en Colegiales cuyo cuerpo, golpeado, maniatado y sin vida, apareció en una bolsa de residuos en el predio de la CEAMSE de José León Suárez, es otro de los tantos ejemplos de este frenesí noticiario que sucede cada vez que algo conmueve.
   Durante la mañana del martes, las radios daban el anuncio de la búsqueda del paradero de esta joven, desaparecida en cercanías del predio de Educación Física del colegio Virgen del Valle, al cual concurría, en el mencionado barrio. Horas más tarde, la aterradora noticia de la aparición sin vida del cuerpo de Angeles, de 16 años, trascurría por todos los medios del país, con la aseveración de que había sido violada. En principio, nadie cuestionó la idea de la violación y nadie lo puso en términos condicionales con un “habría”, como suelen indicar los manuales de estilo de los más prestigiosos diarios de todo el mundo –haz lo que digo y no lo que hago-.
   La idea de la violación era un hecho y tomaba cada vez más fuerza en un marco de inseguridad y desamparo que, sin distinción de banderías políticas, se instalaba en el imaginario colectivo de la gente del barrio, de la ciudad y de, prácticamente, todo el país, pensando en que la proximidad del flajelo que supone un hecho de aquellas características hacía su presencia mucho más cercana a todos nosotros.
   En el barrio nadie había visto nada; las cámaras no podían dar cuenta de la compleja trama de sucesos y, en sintonía con las primeras hipótesis –que se manejaban con total impunidad, liviandad y como un hecho casi consumado-, los vecinos del barrio en cuestión salían en declaraciones diciendo cosas como que el barrio estaba cada vez más inseguro, que tenían que dejar su auto a unas cuadras para evitar los robos y que, prácticamente, era cuestión de dejar pasar los días para que algo como lo de Angeles sucediera.
   Las horas pasaban y el “Caso Angeles” era casi la única noticia en las pantallas de todos los canales de noticias –hasta la tragedia de Haedo-, dando cuenta, de manera categórica, que cuando cosas verdaderamente graves como esta suceden, las demás minucias diarias, que sólo sirven para justificar la existencia de canales de noticias las 24 horas, son meras construcciones mediáticas intencionadas y que, en última instancia, vienen a ser el caldo de cultivo para que la gente, ante la primera hipótesis, salga atacada por el pánico a decir cosas como las que dijo el padre biológico de Angeles, Franklin Rawson, cuando pronunció que “hay que acordarse de todo esto a la hora de votar”.
   Pretender racionalidad en el dolor del padre de Angeles es, al menos, absurdo; el dolor de la pérdida de un hijo, dicen, es el más terrible que nadie puede sentir. Pero aspirar a que los temas sean tratados por los medios con más seriedad, cautela y mesura resultaría algo que podría aplacar los ánimos ante situaciones de extrema gravedad como esta, donde cualquier especulación o dato sin chequear puede despertar, instantáneamente y en un escenario de sugestión como el que se vive en estos tiempos, derivaciones y comentarios como el necesario endurecimiento de las penas para los violadores, las culpas de los jueces en este sentido y todas las demás reflexiones.
   Es que, según cómo se lo plantee, todo puede ser tomado como inseguridad. Salir a la calle y no saber qué puede ser de nuestra vida da una idea de desamparo horrible, pero también salir de la casa y no saber si ese día se va a terminar comiendo algo lo da; además de la injusticia que supone.
   Cada clase tiene su significación y siempre los que más tienen son los que, en definitiva, van a terminar inclinando la balanza a su favor, generando leyes, legitimando reclamos y haciendo oír su voz.  La tarea de cambiar algunas cosas, tal vez, no sea de ellos; pero tampoco lo es sólo de los políticos, ni sólo de los jueces, ni de nadie en particular, sino de todo la sociedad en su conjunto.
   Por lo pronto, algo que podría aportar algo de luz a tanta oscuridad, sería tener la delicadeza de tratar temas complejos con seriedad, sin altisonancia y con información que sirva para tranquilizar y no para alterar ánimos que están bastante subidos de decibeles.