Está por llegar a su finalización la Copa Argentina, una competencia que vino más a reafirmar la idea de un fútbol más ecuánime, “para todos”, que la de una verdadera instancia evaluativa para los clubes más “grandes”, que en varias ocasiones le dieron la espalda con equipos alternativos, pero que, ahora, a un pasito de coronar un campeón, han optimizado sus formaciones en busca del título.
Probablemente sea un título menor en el
palmarés de clubes como Boca o Racing –más para el primero que para el
segundo-, pero sin dudas representa, también un estímulo para llevar algo de
orgullo a su historial.
De todas formas, lo que más quedó
evidenciado con esta nueva competencia es el carácter radicalmente opuesto que
tiene este deporte según dónde sea que se lo presencie. Además de darle a
equipos como, por ejemplo, Santamarina de Tandil la posibilidad de jugar contra
Boca con el entusiasmo que eso suscita en hinchas y jugadores, llevó estos
partidos a diferentes provincias del país y le dio la posibilidad al espectador
medio de ver, evaluar o sentir la forma en que se vive el fútbol en diferentes
latitudes del país.
Vi por televisión, el domingo, la semifinal
entre Racing y River y, además de ver el partido, me sorprendió llamativamente
una cosa: los cánticos de las hinchadas –llamarle barras sería por lo menos
ofensivo- eran los que escuchaba yo cuando era chico, allá por los ’80 o
principios de los ’90; carentes de malicia, de choques innecesarios entre
clubes y de promesas de muerte al rival, cada hinchada de dedicó a alentar
sanamente a su equipo, cosa que por estas latitudes hace rato que no sucede.
Salvo en las dos tribunas, tal como
comentaba el relator, era habitual ver, en un mismo sector, hinchas de uno y
otro equipo con sus remeras distintivas y conviviendo armoniosamente;
comprendiendo que se trataba de un partido de fútbol y que después, fuera como
fuera el resultado, la vida continuaba exactamente igual que antes.
Hacer un pormenorizado seguimiento de las
canciones de la cancha puede resultar un punto de análisis y de partida
interesante para explicar un poco desde dónde viene o surge la escalada de
violencia que se advierte en el fútbol por estas tierras. Hoy por hoy, salvo
algunos contados ejemplos, casi todos los cánticos tienen, directa o
indirectamente, como destinatario otro equipo que no es el propio y siempre con
agravios inconducentes.
La forma en que, evidentemente, se toma el
fútbol en lugares como Catamarca o Salta pareciera ser un indicativo de nuestros
pasos a seguir. Pero lamentablemente las cosas no son así.
¿Es realmente la pasión por el fútbol la responsable
de que este deporte actué como uno de los tantos fusibles que se usan para
extirpar problemas personales? Como en todos estos fenómenos sociales, suele
haber explicaciones en las cuales convergen muchos factores: educación, medios,
intereses, necesidades insatisfechas, frustraciones y un mal entendido
sentimiento de pertenencia.
La pasión es la gran movilizadora de las
actitudes humanas y, tal vez, el más noble de los sentimientos. Ella, así como
la fe, necesita de medios, de vías, de conductos que la habiliten a existir. En
el caso de la fe, la maquinaria cultural se compone de libros, templos,
educadores, curas, pastores, etc. Para la “pasión”, algo así como una fe más
racional y a veces más violenta, en casos como el fútbol, el canal que la
alimenta suelen ser los medios de comunicación, que taladran segundo a segundo
el cerebro de los descerebrados generando confusión y locura.
Civilización
y barbarie
El éxodo de habitantes las provincias a la
Ciudad de Buenos Aires es un fenómeno demográfico que comenzó antes de mediados
del Siglo pasado y que aún se sigue dando en considerables proporciones. La
búsqueda siempre suele ser la integración a una “modernidad” que hace agua por
todos lados pero que, allá a lo lejos, aún se reivindica; al “progreso”, que
antes traía promesas y hoy más incertidumbres que certezas.
Trayendo a colación un viejo concepto que
hoy merece ser refutado, Sarmineto, en su libro Facundo, hacía referencia a las
ideas contrapuestas de civilización y barbarie para dar cuenta de las dos culturas
que convivían en ese tiempo –Siglo XIX- en el país. La civilización, del lado
de la cultura burguesa, de las grandes ciudades ilustradas, y la barbarie,
ligada íntimamente a la cultura del gaucho, el paisano o el que no pertenecía
al por entonces incipiente “sistema”.
Hoy, varias décadas después, las paradojas y
errores de un sistema que sucumbe día a día y que no encuentra sino en la
inequidad la mejor forma de explicarlo empíricamente, obliga a reformular estos
conceptos, quizás no anteponiéndolos, pero por lo menos dándoles un matiz más
relativo.
Convertido en un hervidero de sinsabores y
frustraciones, de violencia e intolerancia, la Ciudad de Buenos Aires y sus
áreas circundantes se ha transformado en un lugar propicio para la locura y los
peores sentimientos de absurda reivindicación. Y fueron justamente aquellos migrantes
del interior del país los que comenzaron a darle forma a esta nueva clase
oprimida, excluida y manipulada allá a lo lejos en el tiempo. Hoy, con el paso
de las generaciones y las sucesivas vejaciones a las que fueron sometidos con
el correr de los años, son ellos los nuevos chivos expiatorios de una situación aparentemente
irreversible en el corto plazo.
De ese modo, ¿son verdaderamente inadaptados
los que reaccionan violentamente en un partido de fútbol? ¿No es acaso su forma
de adaptarse a un sistema que les impone la exclusión y la postergación como las
monedas más corrientes?
Nadie parece medir las consecuencias que la
apología al “aguante” puede tener en personas, en estratos sociales, que no
tienen otras revanchas que poder ver que su equipo gane algún partido o alguna
copa. En ese descontrol, en esa búsqueda desenfrenada del rating, la
popularidad o la “diversión”, los que más medios tienen son los que menos
reparan, una vez más, en los menos aptos para absorber la amarga miel de su
situación.
El fútbol, una vez más, como metáfora de la
sociedad. En ejemplos como el partido del domingo en Salta entre Racing y
River, que de haberse jugado por estas tierras debería haber sido motivo de
múltiples medidas de seguridad, vallados policiales y restricciones de todo
tipo, vale la pena detenerse un instante para reflexionar y ver de qué manera
están las cosas y qué forma de vivir queremos en una sociedad cada vez más
castigada.