viernes, 29 de enero de 2010

Algunas particularidades comerciales

Existen, según cada comercio y cada rubro en particular, determinadas características que definen claramente el perfil, tanto de comprador, como el del vendedor.
No es lo mismo un vendedor de casa de deportes que uno de pinturas de arte -por poner dos ejemplos totalmente aleatorios-, claro; como también se da algo similar con el comprador medio de cada uno de estos artefactos.
Sucede a menudo que las motivaciones para hacer detemrinadas cuestiones son erradas, ya sea por una búsqueda infrondosa de acercarnos al elemento de placer, como por el sistema que se encarga cruelmente de darnos lo que nos gusta en migajas.
Este fenómeno se da, por ejemplo, en los nuevos periodistas deportivos, que más bien deberían ser deportistas perdiodísticos, dado que su pasión, más que el periodismo, radica en el deporte, pero las dificultades aparentes de realizar lo segundo de manera profesional resultan menos complejas que sentarse escribir. ¡Pero no! Y así es como se incurre en un error frecuente de elegir la aproximación a nuestro placer para, de esta forma, sentirnos menos frustrados. Estar cerca de una pelota y su mundilo, a veces puede ser tan placentero como pegarle, pasarla o disfrutarla en su esplendor.
Bueno, algo de similares caracteristicas ocurre con los vendedores de guitarras, no ya en mega casas de múscia, en donde como en todo mega local note dan ni cinco de pelota, sino en los pequeños comercios, hechos a base de esfuerzo y muchas veces de pasión. Aquí, los vendedores de guitarras sufren del mismo efecto que los periodistas deportivos, y ya no se enfocan en la venta, motivo madre de su estadía en ese local, sino en ejecutar el instrumento a vender. Es así como, al mostrarle al potencial comprador una guitarra, raramente reparen en cuestiones formales de toda relación comrador-vendedor, y se vuelquen decididamente a la ejecución del instrumento, a fines de mostrarle al vendedor "lo bien que suena", y de, sobre todo, sacarse las ganas de tocar "esa guitarra que está ahí, quieta y pide a gritos ser tocada". Es fácil imaginar, entonces, que ante cada ingreso de nueva mercadería, de ùltima tecnología, los "pseudo vendedores" se mueren porque entre alguien a preguntar por ella, así se sacan las ganas de ensimismarse en sus cuerdas y cambiar vocación por ocupación en un instante.
El mercado laboral, cada vez más amplio y variado, ha dado lugar a miles de carreras nuevas -la mayoría de ellas dictadas en universidades privadas-, específicas y deerminadas, que ayudan, en teoría, a enfrentarse de mejor manera ante el mundo de hoy. Álgo parecido ocurre con los comercios, que adaptan su nombre de acuerdo a LO QUE SE LE OCURRA al propietario.
Que haya técnicos en alimentos, licenciados en marketing, diseñadores de interiores, de ropa, técnicos en turismo, carrera de despachante de aduana, etc. no es sino la excusa idel para que un local, de llamarse polirrubro o casa de decoración, pase a ser conocido como "regalería" o "sorpresería". ¿No se estará pecando de ser demasiado explícito para el que compra? Cuando me detuve a ver y analizar el concepto de "sorpresería", tuve una cosa en claro. "Nada me va a sorprender cuando entre acá". Y así fue; un compendio de regalitos inexplicables y conocidos que, vendidos en una "sorpresería", contemplan esa cualidad como propia, cuando en realidad la sorpresa es una sensación más que un elemento.
Si todos los caminos cunducen a Roma, todos los comercios conducen a determinados vicios y algunas leyes que suelen cumplirse en cada comercio o cada situación de compra. Así como en las colas de los bancos, cuando en la cola todos los que me anteceden pagan de a 5 facutras por vez y a mí me despacahn en 15 segundos -y me quedo, a propósito, acomodadno los billetes por orden en el mostrador para "hacer valer" mi lugar en la fila-, en los negocios, la gente que está antes de uno tarde, infaliblemente, 7 veces más que uno en cumplir su turno y todos, sin dejar pasar ninguno, gozan de un placer que quien este escribe no goza: el arte de poder elegir, el placer de ser libre en un comercio.
No soy un hombre de elecciones fuertes, ni de decisiones acertadas. La ansiedad, madre de todas mis prisiones, juega, junto a la incomodidad, un papel crucial en prácicamente todos los ámbitos de mi vida.
Luego de arduas y fructíferas sesiones de terapia, pude concluir en que, para mí, decidir es más que eso. El ser libre, no siempre resulta en un beneficio si no se tiene la suficiente entereza para afrontar tal responsabilidad. La libertad, aunque enemiga aparente de la responsabiliad, requiere de una gran dosis de compromiso para ser ejercida debidamente, y esa es ua de las atribuciones de las cuales carezco en ciertos aspectos.
El anterior párrafo sirve como introducción para exponer una las más duras situaciones: decir que NO ante una entusiasta vendedora; en otras palabras, decir que NO -aunque ahora esté todo remitido a lo comercial-. Dudo al entrar a los negocios, porque siento la tácita obligación de comprar algo. Es así como, debo confesar con cierta vergüenza, me he comprado más de una prenda que jamás he usado. "Impecable", me dijo una vendedora francesa en un local cercano a las galerías Lafayette, tras preguntarle cómo me quedaba una camisa que, de por sí, no me gustaba. No pude decir "gracias, cualquier cosa paso", y la compré sin más. Es el día de hoy que esa camisa me queda inmensa, aún habiendo crecido algo desde aquella fecha hasta ahora. Lo mismo pasó con una remera que no me gustaba, pero pedí de probarmela; la primera había sido demasisado chica, y la vendedora, para pesar mío, fue solita a buscar una más pequeña. "Te queda bárbara", me dijo. Probablemente guiado por mi ilusión de levantármela a partir de lo bien que me quedaba esa remerao vaya unoa saber por qué motivos, la compré e, instantáneamente al salir del local, se la regalé a mi amigo que estaba conmigo.
Otra de las cosas que me pasa es, cuando estoy ante la pequeña pero crucial disyuntiva de elegir entre una y otra prenda, entre uno y otro color, por ejemplo, cometer el error de preguntarle a la vendedora por cuál de los dos se inclinaría -aún cuando yo tengo hehca una preselección- y, sea cual fuere que elija ella, elegirla por el sólo hecho de haberla molestado con semejante pelotudez.

lunes, 25 de enero de 2010

Brasil 2010 - Una expeciencia religiosa

Soy de esas personas que raramente se desdicen o cambian alguna de las perepciones que tienen acerca de determinadas cosas. Lleno de prejuicios, la mayoría sin sustento alguno, vivo la vida con la certeza que da la profunda equivocación y su consecuente desconocimiento.
Tan complejo como descifarar las razones de la gran mayoría de mis prejuicios -que no son más que una de las caras que adopta la inseguridad camuflada- es desentrañar la maraña de redes que se suscitan al explicarlos y, entusiuasmado, continuar "encontrando" -el término puede resultar excesivo- nuevas verdades que los alimenten.
Una vez en terapia me dieron una de los motivos por los cuales vivir con prejuicios es, aunque errado en muchas ocasiones, garantía de cierta seguridad y, claro, tranquilidad. "Vos te armás tu esquema mental inflexible y así afrontás la vida más tranquilo", me dijo mi analista.
Esa, por lógica consecuencia, es la razón por la cual siempre tengo algo que decir acerca de todo, por más estúpida que sea esa cosa, persona, actitud, etcétera.
Con esa pesada mochila, entonces, partí de vacaciones este año a Brasil, uno de los lugares con los que más prejuicios tengo, aunque reconozco que las playas son lindas, el agua cálida, etc. etc. Ya demasiado me habían inflado la cabeza con Brasil y sus bondades porque, como todo ser equivocado, estoy rodeado de gente que adora el vecino país. Es que, en el fondo, ciertamente quería alimentar el hecho de estar contra de esa gente.
Por empezar, todo viaje a Brasil en pareja -de la forma que fue quien esto escribe- tiene una premisa especial, retroalimentada por agentes de viaje y viajeros de más de 40 años -o con una vida de gente de esa edad o más-y esta es la que enaltece por todos los medios a Buzios como EL destino a conocer. "Te sale un poco más, pero Buzios es OTRA COSA", repiten hasta el cansancio, sin llegar a definir qué quieren decir con el famoso "OTRA COSA". Bueno, "esa" cosa intangible e inexplicable es lo que me aleja -espero que así siga sucediendo hasta mis últimos días- de ese supuesto destino "soñado" y que cada vez que lo vuelvo a pensar me deja a millas de distancia de pensarlo como destino posible.
Viajar a Brasil es experimentar varias de las cosas que rondan en nuestro imaginario y que, ante la mirada sencilla y no demasiado analista, comprobarlo fácilmente. "Le das un coco, un tambor y son felices", "son tipos que les viene bien todo", "no tiene problema de nada", "es que te matan con el clima". Esas son algunas, las más conocidas, frases que se cuelan en la boca de quienes adoran el vecino país. Y bueno, me dirigí dispuesto a todo, o a nada.
Ser argetnino, a esta altura, no es algo extraño en el suelo brasileño; cuando del sur del gran país se habla, la cifra de argentinos es tan alta que lo raro resulta encontrar demasiados nativos. Ya sin la desmesura del 1 a 1, pero con cierta reminiscencia de aquellos años "felices", los argentinos nos seguimos manejando con ese aire de suficiencia que se ve en nuestros ojos y que se palpa a leguas de distancia. Ya a colación de esto, viene una de las anécdotas más entretenidas que me sucedió en mi estadía.
Una de las playas más publicitadas de la zona de Bombas y Bombinhas es Sepultura, una pequña bahía de algo de 50 metros de largo por 20 de playa, en cuyas aguas, trasnparentes, se ven miles de especies de pececitos. Desde luego, a pocos metros del mar, y ya en playas contiguas, se publicita la venta de snorkels para poder apreciar el mágico mundo subterráneo. Bueno, por empezar, no hay tantos peces, ni tan magníficos, pero ciertamente vale la pena la recorrida. Los peces, no enterados de su función de artistas de reparto de este show, nadan campantemente y, claro, se chocan con las piernas de cais todos los bañistas y curiosos. Un hombre, argentino él, de unos 60 años estaba apenas unos metros metido en el mar, cuando la mira a su esposa, encantada ella con el espectáculo, con cara de pocos amigos. Precibiendo la situación, fijé la mirada en el hombre, como buscnado una conexión telepática que genere una mirada iniciadora de un diálogo ciertamente prometedor.Y así sucedió. Me miró, lo miré, sonreí por su situación, y esa fue motivación sufienciete para que se dirija la esposa socarronamente -esas son las cosas maravillosas que tiene el vivir en sociedad; si no fuera por los demás, las parejas asentadas tendrían un 80% de chances de dialogar y, consecuentemente subsistir-: "Vamosnó, vieja! -y, ya mirandome a mí- A mí dejame de joder con estos pescados que te tocan los pies". Mi predicción se había cumplido; le hombre no quería estar ahí, y le dije: "Seeee. A mí dame Mar del Plata y sacame estos pescados!". Nos sonreímos como esos amigos que se conocen con sólo una mirada; como esa dupla de delanteros que con sólo un gesto hacen la jugada de su vida. Congratulado con la situación, me puse a tomar sol y salí del agua. Pero no todo quedó ahí. Tengo ciertos problemas con saber las horas porque éstas determinan cosas como las comidas, los descansos, etc. -probablemente, en el fondo, mi problema sea querer y no poder controlar el paso, inexorable, del tiempo-. En el lugar donde estábamos, hay una hora de diferencia con Argetina,a favor de ellos. Así que, despojado de relojes tanto yo como mi compañera, no encontré mejor opción que preguntarle al gorila en cuestión la hora, al tiempo que salía del agua con su esposa y sus dos hijas. "¿Me decís la hora, pr favor?", dije. La señora, atenta, me dijo "Sí, son las 4 de la t...."; y el marido, enseguida, interrumpió. "No no no, las 3 menos dos minutos, HORA OFICIAL". "Claro!! pensé- ¿Cómo puedo pensar que un simio de estas características puede contemplar que la hora que vale, que LO QUE VALE, no sea lo nuestro. Es de esa clase de personas que, un Autralia, no pararía de hace comentarios como "pensar que acá estamos comiendo carne, y en "casa" estaríamos tomando la leche". o que ante una pregunta te dice "Mirá, no tengo ni idea que hora es acá, porque para mí siguen siendo las 10 menos cuarto de la noche", y hay un sol que raja la tierra. Es increíble y maravilloso que aún exista este tipo de personas.
Si hablamos de turismo argentino en Brasil, casi inevitablemente, pensamos en dos lugares genéricos: Floriánópolis y Rio de Janeiro, con mayor prevalencia del primero. Hasta que no se asentaron definitivametne en el hábito de los argentinos, los '90 trajeron, como primer lugar a explorar, Florianópolis -me niego rotundametne a decirle Floripa-, lugar donde una gran cantidad de argentinaos comenzaron a pasar sus vacaciones. También es sabido que esos años mozos trajeron en el país una desculturización muy grande y una despreocupación muy grande -fue une de las caras de la subestiamción a todo lo NO ARGENTO- hacia otros países. Bueno, hoy por hoy, casi 20 años después de ese furor, que no cesó ni mucho menos, aún encontramos gente que dice FLORIANAPOLIS!!!!!!!!!! ¿No bastaron 20 años de crecimiento turìstico incesante, de pancartas publicitando este lugar como destino, de miles de videographs de noticieros de todos los canales durante el verano, de casos policiales en los cuales aparecían implicados argentinos que veraneaban allí para darse cuenta que es Florianópolis y no FLORIANAPOLIS?? ¿Se trata de gente que realmetne tiene la convicción de que se llama Florianápolis o es gente tan incapaz de ser permeable a nuevos conceptos? Resulta, al menos llamativo encontrar estos especímenes, pero los hay, y aún son muchos. ¿Estamos ante un ejemplo de similares características que la gent que dice CALCAMONIA y no calcomanía? ¿No se dan cuenta que es una calco y no una calca?
Retomando el episodio anterior, el del señor que no cambiaba el reloj, en ese publicitado balneario, a donde suelen desembocar muchos turistas en tours armados especialmente para conocerlo, comprobé algo que sospechaba, pero que no podía asegurar. Los brasileños no conocen el agua caliente, o al menos no saben que es agua con calor. Seguramente piensan que el agua caliente se compra caliente, o que es un todo integrado, como el aguaras. "Tein agua quente?", pregunté. "Nao", me respondió con la nobleza de un hombre que quiere ayudar pero no puede, pero con la ignorancia de uno que tiene una canilla y una hornalla y no se da cuenta de que esas dos cosas, juntas, hacen el agua caliente. Además, en el mini balneario no había baño, lo cual es una paradoja y una fina ironía porque los pececitos que hay en el agua no son motivación alguna para usar el mar para esos fines. Es justamente ahí donde más baños tendrían que haber para no alimentar la malicia.(continuará)