miércoles, 16 de mayo de 2012

Golpes de efecto

   El complejo entramado de relaciones, acciones, omisiones y, por qué no, responsabilidades, que implica en sí mismo el multifacético y angustioso fenómeno de la inseguridad, da lugar a situaciones ajenas y teñidas de sensacionalismo y mal llamado “sentido común”.
   El robo del departamento de Carolina Píparo, días atrás en pleno centro de La Plata, obedece un poco a las múltiples derivaciones que pueden suceder en una sociedad ávida de “soluciones” y con fórmulas no siempre convenientes para encontrarlas
   Carolina, recordemos, fue víctima de una salidera bancaria con consecuencias trágicas el año pasado en pleno centro de la capital bonaerense. Fue abordada por sujetos que, luego de retirar dinero del banco, la siguieron hasta su casa y, en medio del intento del robo, le dispararon y la hirieron; ella estaba embarazada y, días después del violento episodio, su pequeño bebe murió.
   La trágica historia de Carolina, joven, bella y educada, no es demasiado diferente a la de las miles de personas que, con un matiz más o menos similar, están padeciendo los avatares de una situación sin aparente freno y que angustia a casi todos en igual medida. Esta situación, también vale decir, tiene otras víctimas, pero sus reclamos huelen a pólvora, y ya es demasiado tarde.
   Ahora bien; ¿es verdaderamente Carolina, una persona con entidad suficiente como para, tras un robo a una propiedad que no estaba habitada y en la que ni siquiera ella vivía, reunirse con el ministro de seguridad de la Provincia para plantearle su situación y “hablar de la inseguridad”? ¿Qué es o qué sería “hablar de inseguridad” en una coyuntura como la suya? Todo suena, en principio, apresurado, atolondrado; un manotazo para tener tranquila a una fluctuante opinión pública a la cual le gustan más los golpes de efectos que los trabajos sostenidos.
   Tal vez haya hecho bien Casal en reunirse con Píparo, pero de ser así, debería reunirse con cada víctima y toda la plaza San Martín no alcanzaría para albergar todos los reclamos diarios.
   Nadie desconoce ni desestima el dolor de Carolina, su esposo y su familia, y los días de angustia y zozobra que tuvieron que pasar mientras su bebe moría y Carolina seguía en terapia, pero parece exagerado el nuevo y circunstancial rol que ha adquirido.
   A veces, problemáticas de una complejidad mayor necesitan de nombres, de personas de carne y hueso para poder ser combatidas, o algo así. Ayer, Juan Carlos Blumberg se ponía a la cabeza de un extraño movimiento para el que no estaba preparado, a partir del secuestro seguido de muerte de su hijo Axel; también dotado de una fuerte dosis de eso que se conoce como “sentido común”, pedía y sugería polémicas medidas que fueron oídas sólo por un minúsculo grupo.
   Hoy, mucho más aquí, la tragedia de Once tuvo también un nombre, al final del camino; no fue hasta la aparición de Lucas, el último muerto encontrado en un vagón, que la protesta no tuvo la entidad y el nombre necesarios para creer en que la verdad estaría cercana a llegar. Fueron sus padres, casualmente, quienes, una vez encontrado su cuerpo, se pusieron al frente de las protestas y los reclamos.
   Es que las causas aparentemente perdidas no tienen nombre; son entidades que deambulan como valores a veces inalcanzables y por los cuales las peleas adquieren formas en ocasiones incomprensibles. La justicia, la verdad, el honor, el orgullo, no son más que palabras sueltas. Pero cuando a cada pedido lo acompaña un nombre, el pedido se resignifica y adquiere un valor en sí mismo.
   Ahora bien, en todo este juego de relaciones no hay que desestimar, de ninguna manera, el papel de los medios, arteros colocadores de especies de arquetipos para paliar angustias casi siempre burguesas. Blumberg, Lucas y Píparo –y tantos otros en la historia reciente- no son más que los fusibles de una compleja relación dual que pretende, en igual cantidad, legitimación y lucro; humanización y negocio.
   Porque, además de reunirse con Casal, luego de ese meeting Carolina salió y, claro, habló con todos los medios, y sus palabras fueron motivo de notas y minutos televisivos y radiales. Las palabras de una persona apesadumbrada por una serie de circunstancias desfavorables en una situación tan delicada como la que se trata de analizar, nunca van a ser sensatas; malo sería que lo fueran, pues se estaría hablando de alguien con una frialdad suprema, casi inhumana. Sin embargo, allí estaba Carolina, víctima de unos y de otros, saliendo a dar sus sensaciones luego de un asesinato, primero, y un robo, después, acerca del complejísimo fenómeno que es la inseguridad.
  Y son esos mismos medios los que, una vez que esas estrategias no le dan más resultados, las echan y las a bandonan con la misma ligereza que las crearon; con la mismas ladinas intenciones que pretenden esconder detrás de su supuesto papel de extensión de la voz de los reclamos de la gente.
   Por eso, quizás sea demasiado grande el reclamo para encontrar en una sola persona la respuesta o, sencillamente, sea demasiado poco un caso como para, a partir de allí, querer tomar medidas y cartas en un asunto que requiere más de mucho trabajo sostenido, coherencia y paciencia que de golpes de efecto o víctimas pasajeras.