domingo, 1 de agosto de 2010

El poder del bigote

Pocos "accesorios naturles" del hombre -del varón, en este caso-, son más definitorios que el bigote.
En cualquiera sea su expresión -chiquito, cortito, grueso, finito, abundante, etc-, el bigote es una de las cosas que más define el rostro, sino la que más; y la define tanto por su presencia como por ausencia, en el caso de que esta sea antecedida por su existencia previa. Así, es más fácil imaginarse a alguien con cualquier cosa que con bigote o sin cualquier cosa que sin él.
Nunca carece de una intención ulterior el uso del bigote, nadie se lo deja "porque sí". Hay algo detrás del bigote -además de la piel del labio- que esconde una finalidad mucho más compleja.
El bigote ha ido teniendo diferentes usos y una variada reputación con el correr de los años y se sigue resignificando indefinidamente. Allá a lo lejos, siempre significó un distintivo jerárquico y muchos fueron los próceres que lo usaron antojadizamente. Más aquí en el tiempo, tener bigote implicaba cierto lugar en la esfera social que no todos se animaban a ostentar: los policías -cuando ser policía era ser, casi, el guardían de la vereda y en ocasiones eran alguien más respetado por temor que temido por antecedentes- lo usaban y, entre los deportistas, por ejemplo, no eran pocos los jugadores de rugby de décadas pasadas -cuando jugar al rugby era todo una marca de jerarquía- que lo paseaban por las canchas; también, claro, funcionarios de alto rango -con Dante Caputo y su careta a la caebza- y pensadores de todas las ramas.
Tal es la fuerza del bigote que, además de ditinguir inequívocamente a una persona, es condición sine qua non para que la barba adquiera forma como tal. Sin bogote, la barba es un monton de pelos incrustados inconvenientemente en la cara. Tan es así que resulta una empresa mucho más complejo imaginarse a Abraham Lincoln sin el pelo de los costados de su cara o al mundo sin pobreza, que con bigotes, lo cual lo haría una persona totalmente irreconocible para muchos. ¿Alquien se puso a pensar cómo quedaría Hitler sin bigote? Imposible.
La gente que se deja el bigote, cuando se lo saca, mágicamente pasa a tener un labio miserable. Es como si su no exposición, su condición de mero apoyo del bigote, atentara directamente contra su normal desarrollo. Sucede exactamente lo mismo con la porción de piel que va desde el fin del labio -o el principio, depende cómo se lo mire- con el inicio -o el fin, con el mismo criterio que lo anterior- de la nariz, que ha dejado de ser la plataforma en la que se siembra el tierno bigote a ser algo que tiene entidad por sí mismo.
El bigote es un producto termiando. Y por ello, otra de las caraceterísticas que tiene este pedazo de pelo, tupido y delimitado, es su condición de "viaje de ida y/o vuelta". ¿Qué quiere decir esto? Que todo aque hombre que ante nosotros se presenta con bigotes, una vez que se lo saca, si es que decide sacárselo, raramente vuelva a dejárselo. Ahora bien; si por alguna razón decide retomar aquel look, muy pocos serán los que adviertan el desarrollo de esta nueva matita; cual fantasmas en las tinieblas, los hombres que se dejan el bigote pasan mágicamente a tener el mismo bigote de antes sin que se les conozca el camino intermedio. Un ejemplo de esto es alguien como Guillermo Francella que, cuando se tuvo que sacar el bigote para "Naranja y media", antes de que le nazca por completo, se puso uno postizo; además, en ese tiempo raramente daba algún reportaje, seguramente harto de que el primer comentario estúpido al verlo sin el mostacho fuera "Hay... es tan raro verte sin bigote... aunque te queda bien así".
Así como antes estaba asociado a cuestiones de, si se quiere, cierto rango social, hoy el bigote, al menos en los jóvenes, guarda alguna relación con artistas y gente "bohemia" -palabra ciertamente inexacta y difusa que no dice absolutamente nada- que quiere, a su modo, también distinguirse de alguna manera del resto.
Hay algo en el bigote que paraliza, que detiene, que hace pensar que algo no va a ser como sería sin él. Seguramente fomentado por los muchos actores porno retro que lo usaban, se tiende a imaginar al hombre con bigote como más viril, más hombre, más rudo; aunque todo se trate de una longeva relación con estos personajes a los cuales lo que los hacía estrellas porno no era ciertamente el tamaño de su bigote.
Otro de los poderes del bigote es su carácter aleplativo. ¿A qué me refiero con esto? A que es el primer atributo que se le reconoce a una persona. Quizás porque no sea tan usado, al tipo que tiene bigote, la forma más fácil de reconocerlo en situaciones de urgencia es decirle sencillamente "Che, bigote"; cosa que no sucede con la barba, por ejemplo.
Actores, rugbiers, policías "de los de antes", "bohemios", no son más que las disintas tribus que han adoptado esta particular forma de encarara la vida, por muchos ignorada pero por varios de ellos fantaseada. ¿O acaso nadie tuvo la tentación de dejarse el bigote alguna vez sólo para, depsués del café con leche o del generoso trago cerveza, limparse lo que queda en el bigote con el labio inferior?

lunes, 26 de julio de 2010

No a los tributos

Luego de un tiempo de inactvidad, retomo esta terpaeutica rutina, esta vez para tratar de desentrañar un fenómeno que, no por cada vez más habitual, se torna igualmente tolerable.
Procurar la creatividad, aunque a veces de manera trunca, creo que debe ser algo que a todo artista debiera movilizar; y cuando hablo de arte hablo de todas las ramas de esta variada disciplina. Y la creatividad, esa rara mezcla de ágora inventiva con una pizca de brillantez personal, es algo que cada vez más se está dejando de lado por parte de muchos de los exponentes del arte.
De un tiempo a esta parte, casi todos los fines de semana, en un sinfín de bares de la Ciudad -en mi caso de La Plata, pero me consta que es algo que sucede en prácticametne todas las urbes- se viene produciendo y acentuando una tendencia sencillamente chocante para el oído de todo ser bienintencionado: LOS RECITALES DE BANDAS TRIBUTOS.
Estoy harto de las bandas tributo y no dejan de salir nuevas.
¿A qué extraña y ajena motivación responde rendirle tributo a alguien? ¿Dónde se llega el límte de lo aceptado y dónde se traspasa esa barrera cuando se trata de halagar a alguien?
Así como en la época de la naciente democracia, allá por los años '80 la fiebre libertaria hizo que nacieran muchas bandas de las más diversas tendencias, y que el 1 a 1 que caracterizó a los '90 también generó, de la mano del alcance de las más sofisticada tecnologías, la creación de muchas banditas que a la larga terminarían sin encontrar otra justificación a su existencia que la convertibilidad, el Siglo XXI, el acabosé de la cultura, está siendo el caldo de cultivo de numerosas bandas de tributo de toda clase de artistas.
De la mano de las muchas tendencias a las que hoy hay que tener en cuenta a la hora de ponerse a ver qué escucha la gente, las bandas tributo no reparan en nada para generarse. Así, en una misma cuadra, se puede tener un tributo a Arjona -sí, un hombre tributa a Arjona; sí, hay hombres a los que le gusta ser un falso Arjona; y sí, hay mujeres que van, lo miran y gritan como con el real-, uno de Soda Stereo y uno de Queen con la misma intensidad y una similar cantidad de público.
Por alguna extrña razón , ya nadie dice cover; ahora son todo tributos. Por definicion, "los tributos' son prestaciones pecuniarias obligatorias, impuestas unilateralmente. Su fin primordial es el de obtener los ingresos necesarios para el sostenimiento del gasto público"; entonces, ¿cabe el término tributo cuando se habla de este tipo de pseudo homenajes? Si leemos detenidamente la clasificación, encontramos en la última parte de ella, quizás, la razón final de su exisntencia: "obtener ingresos necesarios", para el sostenimiento de esta menoscabada expresión artísitca.
Era mucho más honrado antes, cuando se les decía banda de covers, y no ahora que, camuflando una notable falta de ganas de inventar nuevas cosas y un oportunismo fuera de borda, se pretende rendir falsos homenajes a bandas a las que, en realidad, el mejor homenaje que se les podría hacer sería dejarlas tocar sólo a ellas sus canciones.
Pero este es un fenómeno que no excede a los propios artistas. Abatidos por el inexorable andar de la tecnología, muchos de ellos ya han decidido, por ejemplo, bajar los brazos contra la proloferación descomunal de CD's truchos contra los originales, ya pertenecientes a una pequeña porción de la poblacoión de menos de 30 años. Ahora, otra de sus renuncias tiene que ver con la de "tributarse" mutuamente y de un tiempo a esta parte, muchos artistas han reversionados horribemente canciones de otros; como único atenuante, como para seguir sosteniendo que su robo tiene algo de arte, todas las nuevas versiones tienen una vuelta de tuerca nueva. Algo contigo, El Salmón y varias de Los Cadillacs, son, sólo por nombrar las que en este momento se me vienen a la cabeza, ejemplos de estos infames destrozos artísticos.
Probablemente amedrentados por el fracaso estrepitoso que artistas como Miguel Angel Cerutti han tenido cada vez que se quiseron lanzar al mercado discográfico con algo cantado por él -a pesar de que todos los que lo escuchan "haciendo de él" le quieren sacar a quién se parece de los "famosos"-, las bandas tributo no usan los tributos como trampolín para posicionarse en el mercado; roban con esto de manera sostenida y por el tiempo que sea que dure su bonanza.
La primera personificación de una banda tributo que tuve en mi vida fueron los Danger Four, ese simpático cuarteto de uruguayos que homenajeaban a los Beatles con la anuencia y el amor incondiconal de Juan Alberto Badía y al menos tenían el buen gusto de no llamarse "tributo a los Beatles" -porque ya ni nombre se ponen algunas bandas; son sólo "Tributo a...-. Luego, de este lado del charco, los Ratones Paranoicos fueron una suerte de homenaje vivo a los Rolling Stones pero sólo en las formas, ya que cantaban canciones propias; su sumisión apuntaba más a la imagen que a la música.
Habiéndose detenido en la moda en sí y en las bandas que se aprovechan de esta tendencia, ahora cabe otro punto de análisis: el público. ¿Hay público más fácilmente estafable que el que va a ver bandas tributo? ¿Cuál es la búsqueda final de toda esta gente? ¿Dónde llega el límite de su real gusto por las bandas tributadas?
Fugaz expresión de un arte cada vez más en decadencia, el público que acude a estas presentaciones suele ser heterogéneo y malcopado. Moderan su fervor pero dentro suyo hay ceirtas ganas de gritar como si fuera el auténtico porque las canciones le llegan a lo más profundo de su ser. Es gente con conductas incomprensibles y con un oído a prueba de balas. A todo esto, los integrantes de un club de fans de, por ejemplo, Luis Miguel, ¿se bancarían ir a ver a un tipo de Aldo Bonzi que, con pancita medio prominete, grititos histéricos, pantalón pinzado y que dice muchio en lugar de mucho lo tributa? Habrá que ver qué sucede llegado el caso.
Por otra parte, ¿ellos también experimientarán la rara sensación de sentirse "tributando" a la banda originial por ir a ver a un grupo de borrachos que los imitan, la mayor parte de las veces, mal?
Por mi parte, jamás diré banda tributo sino cover; pretendo jamás ir concientemente a un recital de estos especímenes y seguiré descargando mi moderada ira contra ellos cada vez que pueda. Ese es mi tributo a la música en general.

lunes, 22 de marzo de 2010

El despropósito de la letra Q

Analizar las lenguas -los idiomas, claro-, es a veces una herramienta útil para comprender, de manera somera pero no del todo errada, la idiosincracia de de temrinados pueblos.
Sin ánimo a pecar de simplista, se puede decir, sin rigor pero con la certeza de un saber general, que los grandes pensadores han sido generalmente personas ligadas a las lenguas popularmente más ricas, casual o paradójicamente, dejando de lado los demás condicionantes ya analizados por la historia y los libros. Franceses, alemanes, entonces, se puede decir que han sido protagonistas del mundo de las ideas, y sus lenguas no son sino un fiel reflejo de esa complejidad que sus pensamientos expresan. Dicho esto a modo de introduicción general pero válida, me detendré, entonces, en mi análisis, del todo distante de cualquier pensador que se precie de tal.
No quiero una respuesta académica; esas cosas las dejo libradas para los que realmente saben de la cuestión. Pretendo, en cambio, amigarme con el pasajero pensador; ese que, sin niguna certeza más que su equivocación, puede detenerse en una reflexión tan mínima pero no por ello menos seria que la que intento realizar ahora: ¿Para qué existe la letra Q?
Anhelo, sin embargo, que sea valorada nuestra lengua por su bella complejidad, sus muchos verbos, sus más sinónimos y todas las figuras gramáticas que existan. ¿Cuánto más rico pareciera ser un libro bien escrito en castellano que en inglés? Pero esta cuestión no debe quedar así.
Indudablemente, el solo hecho de leer los párrafos anteriores, en los cuales he usado esta letra "de cabotaje" puede responderme por sí solo esta pregunta, pero quiero dejar de lado ese facilismo y adentrarnos en lo absurdo de la existencia de esta letra, que ya no debe ser llamada letra, sino pseudogarabato.
Así como no hay rémora sin tiburón, no hay Q sin U. Esta suerte de simbiosis lengüística genera una relación de dependencia, no ya por conveniencia ni por elección, sino de carácter indispensable. Para colmo, al usar la U detrás de la Q, no solo que estamos generando un uso abusivo de una letra por sobre otra, sino que la U ni isquiera se pronuncia.
Digo, sostengo, mantengo, que la Q es un despropósito porque no hay en el abecedario español otra letra más fácilmente reemplazable por letras ya existentes que esta. Algunos podrán cotejarla con la H, claro, pero esta cobra relevancia en esta ligera comparación al pensar en la CH, que le da un sonido no antes concebido sin su utilización. Además, claro, la C cobra valor por sí sola y con la H generan un nuevo sonido, cosa que no pasa con la Q.
Que haya palabras con C y con S y que suenen igual, puede parecer algo antojadizo a priori; pero si se tiene en cuenta que todos los plurales de Z van necesariamente con C -lo cual no deja de ser una arbitrariedad, claro-, el detalle pasa por alto. Ahora bien; tenemos que las C, antes de las I y las E hacen las veces, sonoramente, de las S. Pues entonces, dirán, para eso es que se inventó la Q. ¡Pero no!
Con un protagonismo relevante, fundamentalmente desde el auge de las comunicaciones vía internet, la K es un ejemplo de lo que la gente quiere. "Ke haces?", preguntan más de una vez por chat; "TKM", envían algunos enamorados -tal vez sabiendo que, más que un "TQM" deberían poner un "TQuM". Indudablemente las tendencias marcan las épocas y estamos, quizás gracias a la pereza de los más jóvenes, ante la irrupción de una voluntad de cambio que seguramente nunca llegará a concretarse del todo.
Volviendo al tema de la K, ¿para qué necesitamos a la Q, teniendo ya la K? Vale, también, la misma pregunta al revés, perpo su fuerza se desvanece cuando observamos, ya acostumbrados, que la K es letra por sí sola; tiene su propio valor lingüísitco.
Así planteadas las cosas, ¿de qué vale tener a una letra como la Q, pudiendo tener todas las palabras en las cuales participa reemplazadas con la K sin la necesidad de adosarle al lado otra letra que, en definitiva, lo que hace es secundarla para que exista?
Este, claro, es un planteo desde el castellano más absoluto, dado que para las lengas anglosajonas, la Q tiene cierta entidad por sí solas a nivel fonético. No es lo mismo decir Queen -cuin- que Keen -Kin-, y es ahí donde instantáneamente la Q cobra valor, porque, si bien la usa, también le da valor a la U, pobre partenaire en las lenguas hispanas.
Planteada la duda, keda sólo la vana esperanza de ke mis kejas sean escuchadas como un lamento de un hombre ke no sabe más ke hacer para ke todo sea aún más fácil.

lunes, 15 de marzo de 2010

Un baño por aquí!!

Ciertos hábitos íntimos, por más íntimos que estos sean, tienen, como todo, un nivel de standarización elevado, en los que no muchos reparan.
Uno de esos hábitos, dentro del cual se configura una multiplicidad de actividades, es el baño y sus usos. Allí, uno es uno, libre e independiente de hacer lo que se le cante, pero indudablemente, como sucede con la gran mayoría de las acciones efectuadas por todos, hay un alto nivel de generalidades a las que pocos están excentos.
Sabio resultó ser Rudy Chernicof -o como sea q se escriba- cuando se cansó de robar veranos enteros con su opera prima "El Señor del baño". Ante todo, para evitar la sospecha de plagio, vale aclarar que jamás vi esa obra ni recibí ningún comentario al respecto.
Al referirme al baño como lugar de tradiciones milenarias, hablo desde la ducha, hasta el inodoro, pasando por todas las cosas que allí puedan suceder, ya sea de aseo como de estética o mera costumbre.
Aunque cabe la mención de la modalidad de las mujeres de ir al baño mayomente acompañadas, sólo para dar cuenta de que quien esto escribe no dejó pasar este hecho de lado, no redundaré en conjeturas ni en chistes al respecto porque este es un tema trillado y notado por todos.
Pretendo, aquí, comenzar a desglosar y comentar, claro, algunas de las costumbres y variaciones que ha ido teniendo el baño con el correr del tiempo y las culturas.
¿Por qué los diseñadores de papele higiénicos se empecinan en querer darle a su uso un perfil vivaz y alegre? Sabedores del placer que su uso genera en la mayoría de los casos, parece innecesario tanta bandera. No es que me haga el duro, pero ciertamente no coopera en nada que haya perritos dibujados, jugando, en sus finas hojas. De los primitivos papeles de cuando niño -higienol. mayormente- rugosos, alijados, casi ofensivos, pasamos a los nuevos, que se han ido suavizando con el correr del tiempo para beneplácito de los ususarios. Pero lejos de querer dejar de ponderar ese cambio tan necesario y placentero, me dedico ahora a tratar de descifrar las razones que llevaron a los dieñadores a dibujar los perritos en unos de estos.
Sucede con el hombre algo que no acaece con las mujeres, claro. La predisposción física para con la cuestión, nos hace capaces de realizar una múltiple cantidad de cosas mientras lo hacemos y también incapaces de hacer otras. Mientras para ellas hacerlo sentada es una incomodidad a la hora de tener que elegir determiandos lugares parea satisfacer su necesidad, para nosotros, por el contrario, no deja de ser un trámite sea donde fuere que estemos. De todas maneras, éste tiene multiples facetas, quizás por muchas desconocidas.
Dejemos de lado la carambola con las bolitas de naftalina de los mingitorios; hablar de ello sería el equivalente de hacerlo acerca de las mujeres que van acompañadas al baño.
Así como la curiosidad mató al gato -dicho cuyo significado jamás averigué-, la ansiedad terminó modificando el hábito de algunas prácticas bañeriles. Como sucede conmigo, ¿cuántos son los hombres que infaliblemente aprietan el botón o lo que sea, mientras la cuestión está en pleno desarrollo?? ¿Cuál es la ventaja de semejante estupidez, convertida en rutina cada vez que voy al baño? ¿Será el temor a terminar algo, la verguenza del sonido de las tristes gotitas finales, alejadas ya del abundante chorro incial? Nada, nunca, nadie, podrá explicar por qué somos tantos los hombres que, en la mitad del proceso, deciden invariablemente apretar el botón para que los sonidos se confundan en una suerte de melodía de aguas denzantes.
Como toda práctica natural, cuando se racionaliza y se analiza, comienza, no ya a ser modificada ni suprimida, sino a adquirir nuevas aristas. Sería algo así, por ejemplo: "Ahora que sé que hago esto y es una pelotudez, le busco, para mí, un sentido más lúdico". ¿Cómo debe interpretarse ese sentido? Bueno, por ejemplo, calculando los segundos aproximados que tarda la "mochila" - ¿Quién habrá sido el desgraciado que unió esa palabra tan didáctica con el lugar donde se carga el agua que luego irá directamente a la cloaca? ¿Le darà más status a un plomero decir al mundo que que va a poner una "mochila" nueva a una casa? A todo esto, ¿qué dirán desde las librerías?- y los que faltan para la finalización de la acvitidad en cuestión. Claro que nunca coinciden estos dos valores, e inevitablemente, el triste chorro final -que choca con la función de llamado de apareamiento del chorro inicial- recobra protagonismo. Ergo, lo que presumiblemente justificaba inicialmente la apretada apresurada del botón no se logra y todo sigue igual o peor aún.
Toda la fisonomía del baño ayuda indudablemente a su correcto uso. En la entrada, claro, el inodoro cercano evita que cualquier contratiempo sea más intransitable. Ahora bien; ¿por qué existen inodoros cuya tapa inferior, la que cubre el marco de material, no se queda quieta arriba?Esto, en directa relación con la idea de urgencia que se viene a soslayar con el inodoro cerca de la puerta resulta por lo menos contradictorio.
Así como echar un vistazo al porta CD de alguien -sobre todo antes, cuando tener un CD era cosa más seria que ahora- te daba una radiografía inequívoca de la clase de persona con la que estabas, o, más acá en el tiempo, mirar el calzado q lleva puesto -algo así como "dime con qué caminas y te diré quién eres"-, algo smilar ocurre con los baños; con lo que éstos esconden detrás de sus compuertas.
Aunque resulte una falta de ética, muchas veces revisar -voluntaria o involuntariamente- el baño de una persona ofrece una descripción fiel de muchos de sus costumbres y modos. Desde lo medicamentos o cremas hasta los cepillos de dientes, pasando por elementos preventivos o estéticos -léase curitas y alicate, por nombrar dos de ellos-, darse una tácita vuelta por los estantes de los baños siempre ayuda. Su orden, sus lugares, sus recovecos, esconden las miserias o las locuras más insospechadas.
El baño es una de las pocas cosas, sino la única, que se usa cerrada. Por ende, una de las cosas que, por no tener la costumbre de hacer, no temrinio de comprender es a la gente que deja la puerta del baño cerrada automáticamente. Salvo en situaciones excepcionales, la puerta del baño debe estar abierta, para evitar el aproximaminto sigiloso y el innecesario golpecito a la puerta y el consecuente "ocupado", término que sólo los chicos usan sin vergüenza alguna. Un baño abierto es un baño amigo. Un baño cerrado, en cambio, genera dudas e incomodidades; es casi un placard.
Confieso aquí otro problema: Me da una profunda vergüenza decir "ocupado". Por empezar, el que está ocupado en el baño soy yo y no el baño, que puede albergar a mucha gente dentro suyo sin estar necesariamente ocupado. Esta es otra de las condiciones de los baños; que son los ambientes que se ocupan más fácilmente.
Volviendo a la respuesta incordiosa de "ocupado", debo admitir que le he buscado mil vueltas al reemplazo de esa lapidaria frase. "No", "¡¿Qué pasa?!" -como molesto-, una simple tos exagerada u otro golpe en la puerta como respuesta al inicial, son algunos de los atajos que diseñé a lo largo de mi vida para evitar decir "ocupado".
En definitiva, los baños, sus usos y sus hábitos, terminan desentrañando las obsesiones, locuras y costumbres que, sin ellos, jamás saldrían a la luz.

lunes, 1 de marzo de 2010

Todo lo que es...

Las dificultades del habla, han ido degradando invariablemente el lenguaje. Lejos de ponerse en un papel de analista barato, quien esto escribe no está excento de este fenómeno que se va agigantando con el paso del tiempo, la falta de educación y la sobreoferta del ocio por sobre las actividades "pedagógicas" o instructivas.
Nuevametne enfocados en el rubro del cual más ejemplos tengo, quizás por mi tendencia a la compra como por mi igualmente fuerte inclinación por el diálogo infrutcuoso con cualquier persona, se nota fácilmente un modismo que no sólo habla de la falta de palabras, sino, lo que es quizás más notorio, la imposibilidad de ahondcar, precisamente, en la actividad a la que uno tanto tiempo de la vida le dedica.
¿Qué se quiere decir cuando se dice "todo lo que es" para describir el rubro de un local? ¿Qué es "todo lo que es" que no sea algo que, indefectiblemente, no sea?.
"Y... acá vendemos todo lo que es frenos", responde infaliblemente el vendedor de una casa del rubro al ser preguntado acerca de qué es lo que se puede encontrar allí. Pero, lejos de pretender una respuesta académica para una pregunta que ciertamente no lo es, acaso cabe la indignación por la falta de palabras por más previsibles que éstas sean.
Si en una casa se vende "todo lo que es... ", ¿qué cosa no se vende? ¿"todo lo que no es", "nada de lo que es"? Encima, muchas veces la respuesta remite necesariamente a la pregunta, por lo cual es casi redundar en algo sabido de antemano.
Volviendo al ejemplo antes mencionado; en el taller mecánico de frenos venden, claro, "todo lo que es frenos", pero después, ampliando el concepto se descubre claramente que son pastillas, bujías, y todas cosas que no son en sí frenos, pero que engloban la categoría de "todo lo que es freno", que no es más que el campo semántico de ese concepto- Entonces, todo lo que es freno sería, ni más ni menos que, por definición contraria, todo lo que no es verdura, lo que no es mueble, lo que no es televisores, y muchas otras cosas más que no hacen otra cosa que eliminar la capacidad descriptiva del dicente.
¿Qué es todo lo que es que no sea nada de lo que no sea? La nada misma se transforma en nada porque hay algo que la niega, que es, justamente, algo. ¿Puede algo llegar a ser parte de ese todo cuando en su concepción no era nada de lo que allí deba ser? ¿Cuándo "todo lo que es..." se volvió una explicación válida y aceptada? Estas y otras preguntas, aún quedan sin respuesta en el fino lenguaje de los analistas.

lunes, 22 de febrero de 2010

¿O Sí o NO?

Soy el entusiasta del grupo. Todos -o la grandísima mayoría- los planes que tienen mis amigos encuentran eco en mi voz, siempre dispusta a dar un SI. Esto, al margen de algunos beneficios innegables que me ha traido a lo largo de mi vida, como conseguir el cariño de mucha gente, esconde un rofundo problema: NO saber decir que NO.
El fino lector podrá, no sin demasiado análisis, relacionar este problema con los anteriores artículos aquí publicados, y se dará cuenta de lo fuerte que actúa en mí este positivismo absurdo; este dejarme llevar por corrientes que, en muchas ocasiones, terminan siendo intransitables.
Nunca, creo, pude decir que NO. Antes de dar un NO, tartamudeo, me pongo nervioso, intento buscar vueltas a algo tan sencillo como negarme. Todo NO, para mí, está antecedido de un extenso prolegómeno que, además de justificarlo, en muchos casos me evita, por deducción de mi interlocutor circunstancial, decir la terrible palabra.
Seguramente haya algo de inseguridad en esa actitud; seguramente no quiera ganarme el rechazo aunque sea momentáneo de nadie y tampoco quiera perderme de nada. Pero lo más llamativo es que no prevalece en mí la idea de "aprovechar la vida porque es una sola", sino que lo que más bien prevalece es la búsqueda de una supuesta armonía en la cotidiana convivencia con el prójimo: ergo, además de inseguro soy cobarde.
El no saber decir NO en el mometno justo es un arma de múltiples filos; evita malos ratos y, en definitiva, obra en contra, a veces, de nuestra voluntad, sometiéndonos muchas veces a situaciones indeseadas. Pero es sencillo racionalizar determinadas cuestiones con abstracciones de este tipo.
La capacidad de aceptar o rechazar algo con fundamentos es casi condición única de la especie humana; pero yo a eso no lo entiendo. Dejo que mi libre espíritu divague por los lugares más irrisorios en los que jamás habría llegado de no ser por este problema.
Un NO es como una muerte para mí; la muerte de una posibilidad quizás extraodrinaria o quizás no, pero sí de, al menos, algo novedoso, inesperado. Y no me llevo bien con esas cosas.
Uno vive intentando, provocando nuevas experiencias, conociendo otros horizontes y quizás de eso se trate la vida. Yo, por lo pronto, seguiré titubeando antes de dar un NO o, en el peor de los casos, seguire dando SIes indefinidametne. En una de esas, quizás algo bueno me pasa.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Algunas relaciones sociales

Reconocerse es, a menudo, el primer paso para cambiar las cosas que a uno no le gustan de sí mismo. Bueno, este axioma, tan repetido y muchas veces vacío de contenido como la gran mayoría de estos preceptos, no funciona en este humilde escritor. Reconocerme, para mí, no hace más que imbuirme en las infinidades de mis "problemas" -la palabra es, sin dudas, excesiva-.
Desde chico tengo la costumbre de saludar efusivamente y eso es algo que aún marca mis días."Qué educado, cómo da besos", repetían mis tías incansablemente, mientras yo pasaba largos minutos de cada reunión familiar -por aquel entonces multitunidarias, con más de 20 personas- completando la ronda de invitados besuqueando uno por uno -esa, junto a una similar tendencia de mi padre, es, quizás, la razón más grande de mi aversión a besar a hombres hoy en día-. Era francamente agotador pero sentía, ya no el placer, sino la inclinación natural a hacerlo, y era el único especímen de mi familia que se pasaba tanto tiempo besando parientes.
Es esta tendencia de niño -y al escribirlo me autopsicoanalizo- la que me lleva en mis años adultos a seguir, con otros matices, esa metodología. Y en los comercios. cuándo no, me sucede algo similar. Mi afán saludador y simpático hace que ràpidamente genere relaciones con los comerciantes, sobre todo los verduleros. Un chiste, un comentario, una chanza, son muchas veces el inicio de un vínculo indisoluble que, transcurrido un tiempo, comienza a pesarme.
Así como cuando niño sentía la natural tendencia a saludar a los comensales de mi familia, ahora, de más grandote, siento la obligación de, ante cada paso por determinados negocios, tener que mirar adentro y, si me ven, saludar -y en muchas ocasiones, por temor a quedar mal con un simple saludo, tener que entrar y entablar un diálogo francamente inconducente-, cuando no siempre es lo que más me intetesa hacer. Algunas de las estrategias que he tegido a lo largo de mis años fue, por ejemplo, pasar infaliblemente hablando por celular -así puedo conformar(me) con una levantada de mano-, pasar por la calle de enfrente o, en el caso de las vedulerías, mandar a otro a hacer las compras.
Todos los saludos rápidos, descomprometidos y necesariamente "buena onda", en mi caso ameritan un chiste y esa instantaneidad se expresa unívocamente hacia el lado del sexo. Y para esto la verdulería es, tal vez, "el" lugar indicado. Bananas, nabos, zanahorias, kiwis y hasta algún que otro zapallo calabaza, invarialemente despiertan en el humorista repentino comentarios soeces y comparaciones relacionadas al tema. "Quien pudiera", se repite ante una banana de gran porte; "vos si que sos vicioso", dice el verdulero cuando le pedimos zanahoria, son sólo algunos comentarios infalibles y esperables en una relación de este estilo.
Saber dónde nace este afán es complejo de analizar, pero claramente esto me resta credibilidad y seriedad. Todo saludo ocasional a gente quasio desconocida implica una dosis de buen humor, y muchas veces esa no es mi intención aunque así deba mostrarme."Este no tiene ningún problema", piensan; "A este no le importa nada", creen; cuando en realidad es esa obligación autoimpuesta la que me hace mostrarme así.
No siempre pasa lo mimso con todas las personas. Las más inescrupulosas, o bien te ignoran directamente o son innecesriamente sinceras. Como ese amigo que no veía desde mis años de la primaria y al reencontrarlo, después de 15 años -sí, 15 años-, no tuvo mejor idea que contarme, luego de mi "¿todo bien?" de rutina, su reciente ruptura con su novia que tanto amaba, etc. etc. etc. Esto, que podría haber actuado como enseñanza para mí, no dejó de ser una anécdota simpátioca y de sentar precedente para que, las próximas veces que lo divise, cruzarme de vereda instantáneamente.
Saludar es, sin dudas, una acción natural de la persona, cuando en realidad debería ser algo más selecto. Del mismo modo que me es inevitable pasar por determinados comercios de manera anónima, me sucede lo mismo con la gente que invariablemente voy a ver más de una vez en el día. Del inicial saludo de cordialidad, se pasa a la movida de cabeza, haciendo escala en la levantada de cejas o, por qué no, en comentarios hablados como "no doy más", mostrando claramente un agotamiento q no es tal, o que no es tal por culpa del trabajo sino que, completo, sería "no doy más de tener q saludarte siempre q te veo".
Y es justamente esta última frase la que se da mucho en los gimnasios. Este fenómeno suele suceder mucho en los este lugar donde el 90 por ciento de las personas que asisten se queja precisamente de lo que va a hacer. El "no doy más", es quizás, la frase más escuchada entre los pesistas de turno. O sea; de lo que se quejan es a lo que van. Vaya paradoja. El agotamiento producto de la exigencia física, sumado al calor, por ejemplo, genera comentarios como "no se aguanta", mientras se respira profundo y se hace que NO con la cabeza. No ostante, la rutina se cumple al pie de la letra, pero siempre con la tendencia a la queja a flor de piel, y este es otro capítulo que más adelante seguiré tratando.

viernes, 29 de enero de 2010

Algunas particularidades comerciales

Existen, según cada comercio y cada rubro en particular, determinadas características que definen claramente el perfil, tanto de comprador, como el del vendedor.
No es lo mismo un vendedor de casa de deportes que uno de pinturas de arte -por poner dos ejemplos totalmente aleatorios-, claro; como también se da algo similar con el comprador medio de cada uno de estos artefactos.
Sucede a menudo que las motivaciones para hacer detemrinadas cuestiones son erradas, ya sea por una búsqueda infrondosa de acercarnos al elemento de placer, como por el sistema que se encarga cruelmente de darnos lo que nos gusta en migajas.
Este fenómeno se da, por ejemplo, en los nuevos periodistas deportivos, que más bien deberían ser deportistas perdiodísticos, dado que su pasión, más que el periodismo, radica en el deporte, pero las dificultades aparentes de realizar lo segundo de manera profesional resultan menos complejas que sentarse escribir. ¡Pero no! Y así es como se incurre en un error frecuente de elegir la aproximación a nuestro placer para, de esta forma, sentirnos menos frustrados. Estar cerca de una pelota y su mundilo, a veces puede ser tan placentero como pegarle, pasarla o disfrutarla en su esplendor.
Bueno, algo de similares caracteristicas ocurre con los vendedores de guitarras, no ya en mega casas de múscia, en donde como en todo mega local note dan ni cinco de pelota, sino en los pequeños comercios, hechos a base de esfuerzo y muchas veces de pasión. Aquí, los vendedores de guitarras sufren del mismo efecto que los periodistas deportivos, y ya no se enfocan en la venta, motivo madre de su estadía en ese local, sino en ejecutar el instrumento a vender. Es así como, al mostrarle al potencial comprador una guitarra, raramente reparen en cuestiones formales de toda relación comrador-vendedor, y se vuelquen decididamente a la ejecución del instrumento, a fines de mostrarle al vendedor "lo bien que suena", y de, sobre todo, sacarse las ganas de tocar "esa guitarra que está ahí, quieta y pide a gritos ser tocada". Es fácil imaginar, entonces, que ante cada ingreso de nueva mercadería, de ùltima tecnología, los "pseudo vendedores" se mueren porque entre alguien a preguntar por ella, así se sacan las ganas de ensimismarse en sus cuerdas y cambiar vocación por ocupación en un instante.
El mercado laboral, cada vez más amplio y variado, ha dado lugar a miles de carreras nuevas -la mayoría de ellas dictadas en universidades privadas-, específicas y deerminadas, que ayudan, en teoría, a enfrentarse de mejor manera ante el mundo de hoy. Álgo parecido ocurre con los comercios, que adaptan su nombre de acuerdo a LO QUE SE LE OCURRA al propietario.
Que haya técnicos en alimentos, licenciados en marketing, diseñadores de interiores, de ropa, técnicos en turismo, carrera de despachante de aduana, etc. no es sino la excusa idel para que un local, de llamarse polirrubro o casa de decoración, pase a ser conocido como "regalería" o "sorpresería". ¿No se estará pecando de ser demasiado explícito para el que compra? Cuando me detuve a ver y analizar el concepto de "sorpresería", tuve una cosa en claro. "Nada me va a sorprender cuando entre acá". Y así fue; un compendio de regalitos inexplicables y conocidos que, vendidos en una "sorpresería", contemplan esa cualidad como propia, cuando en realidad la sorpresa es una sensación más que un elemento.
Si todos los caminos cunducen a Roma, todos los comercios conducen a determinados vicios y algunas leyes que suelen cumplirse en cada comercio o cada situación de compra. Así como en las colas de los bancos, cuando en la cola todos los que me anteceden pagan de a 5 facutras por vez y a mí me despacahn en 15 segundos -y me quedo, a propósito, acomodadno los billetes por orden en el mostrador para "hacer valer" mi lugar en la fila-, en los negocios, la gente que está antes de uno tarde, infaliblemente, 7 veces más que uno en cumplir su turno y todos, sin dejar pasar ninguno, gozan de un placer que quien este escribe no goza: el arte de poder elegir, el placer de ser libre en un comercio.
No soy un hombre de elecciones fuertes, ni de decisiones acertadas. La ansiedad, madre de todas mis prisiones, juega, junto a la incomodidad, un papel crucial en prácicamente todos los ámbitos de mi vida.
Luego de arduas y fructíferas sesiones de terapia, pude concluir en que, para mí, decidir es más que eso. El ser libre, no siempre resulta en un beneficio si no se tiene la suficiente entereza para afrontar tal responsabilidad. La libertad, aunque enemiga aparente de la responsabiliad, requiere de una gran dosis de compromiso para ser ejercida debidamente, y esa es ua de las atribuciones de las cuales carezco en ciertos aspectos.
El anterior párrafo sirve como introducción para exponer una las más duras situaciones: decir que NO ante una entusiasta vendedora; en otras palabras, decir que NO -aunque ahora esté todo remitido a lo comercial-. Dudo al entrar a los negocios, porque siento la tácita obligación de comprar algo. Es así como, debo confesar con cierta vergüenza, me he comprado más de una prenda que jamás he usado. "Impecable", me dijo una vendedora francesa en un local cercano a las galerías Lafayette, tras preguntarle cómo me quedaba una camisa que, de por sí, no me gustaba. No pude decir "gracias, cualquier cosa paso", y la compré sin más. Es el día de hoy que esa camisa me queda inmensa, aún habiendo crecido algo desde aquella fecha hasta ahora. Lo mismo pasó con una remera que no me gustaba, pero pedí de probarmela; la primera había sido demasisado chica, y la vendedora, para pesar mío, fue solita a buscar una más pequeña. "Te queda bárbara", me dijo. Probablemente guiado por mi ilusión de levantármela a partir de lo bien que me quedaba esa remerao vaya unoa saber por qué motivos, la compré e, instantáneamente al salir del local, se la regalé a mi amigo que estaba conmigo.
Otra de las cosas que me pasa es, cuando estoy ante la pequeña pero crucial disyuntiva de elegir entre una y otra prenda, entre uno y otro color, por ejemplo, cometer el error de preguntarle a la vendedora por cuál de los dos se inclinaría -aún cuando yo tengo hehca una preselección- y, sea cual fuere que elija ella, elegirla por el sólo hecho de haberla molestado con semejante pelotudez.

lunes, 25 de enero de 2010

Brasil 2010 - Una expeciencia religiosa

Soy de esas personas que raramente se desdicen o cambian alguna de las perepciones que tienen acerca de determinadas cosas. Lleno de prejuicios, la mayoría sin sustento alguno, vivo la vida con la certeza que da la profunda equivocación y su consecuente desconocimiento.
Tan complejo como descifarar las razones de la gran mayoría de mis prejuicios -que no son más que una de las caras que adopta la inseguridad camuflada- es desentrañar la maraña de redes que se suscitan al explicarlos y, entusiuasmado, continuar "encontrando" -el término puede resultar excesivo- nuevas verdades que los alimenten.
Una vez en terapia me dieron una de los motivos por los cuales vivir con prejuicios es, aunque errado en muchas ocasiones, garantía de cierta seguridad y, claro, tranquilidad. "Vos te armás tu esquema mental inflexible y así afrontás la vida más tranquilo", me dijo mi analista.
Esa, por lógica consecuencia, es la razón por la cual siempre tengo algo que decir acerca de todo, por más estúpida que sea esa cosa, persona, actitud, etcétera.
Con esa pesada mochila, entonces, partí de vacaciones este año a Brasil, uno de los lugares con los que más prejuicios tengo, aunque reconozco que las playas son lindas, el agua cálida, etc. etc. Ya demasiado me habían inflado la cabeza con Brasil y sus bondades porque, como todo ser equivocado, estoy rodeado de gente que adora el vecino país. Es que, en el fondo, ciertamente quería alimentar el hecho de estar contra de esa gente.
Por empezar, todo viaje a Brasil en pareja -de la forma que fue quien esto escribe- tiene una premisa especial, retroalimentada por agentes de viaje y viajeros de más de 40 años -o con una vida de gente de esa edad o más-y esta es la que enaltece por todos los medios a Buzios como EL destino a conocer. "Te sale un poco más, pero Buzios es OTRA COSA", repiten hasta el cansancio, sin llegar a definir qué quieren decir con el famoso "OTRA COSA". Bueno, "esa" cosa intangible e inexplicable es lo que me aleja -espero que así siga sucediendo hasta mis últimos días- de ese supuesto destino "soñado" y que cada vez que lo vuelvo a pensar me deja a millas de distancia de pensarlo como destino posible.
Viajar a Brasil es experimentar varias de las cosas que rondan en nuestro imaginario y que, ante la mirada sencilla y no demasiado analista, comprobarlo fácilmente. "Le das un coco, un tambor y son felices", "son tipos que les viene bien todo", "no tiene problema de nada", "es que te matan con el clima". Esas son algunas, las más conocidas, frases que se cuelan en la boca de quienes adoran el vecino país. Y bueno, me dirigí dispuesto a todo, o a nada.
Ser argetnino, a esta altura, no es algo extraño en el suelo brasileño; cuando del sur del gran país se habla, la cifra de argentinos es tan alta que lo raro resulta encontrar demasiados nativos. Ya sin la desmesura del 1 a 1, pero con cierta reminiscencia de aquellos años "felices", los argentinos nos seguimos manejando con ese aire de suficiencia que se ve en nuestros ojos y que se palpa a leguas de distancia. Ya a colación de esto, viene una de las anécdotas más entretenidas que me sucedió en mi estadía.
Una de las playas más publicitadas de la zona de Bombas y Bombinhas es Sepultura, una pequña bahía de algo de 50 metros de largo por 20 de playa, en cuyas aguas, trasnparentes, se ven miles de especies de pececitos. Desde luego, a pocos metros del mar, y ya en playas contiguas, se publicita la venta de snorkels para poder apreciar el mágico mundo subterráneo. Bueno, por empezar, no hay tantos peces, ni tan magníficos, pero ciertamente vale la pena la recorrida. Los peces, no enterados de su función de artistas de reparto de este show, nadan campantemente y, claro, se chocan con las piernas de cais todos los bañistas y curiosos. Un hombre, argentino él, de unos 60 años estaba apenas unos metros metido en el mar, cuando la mira a su esposa, encantada ella con el espectáculo, con cara de pocos amigos. Precibiendo la situación, fijé la mirada en el hombre, como buscnado una conexión telepática que genere una mirada iniciadora de un diálogo ciertamente prometedor.Y así sucedió. Me miró, lo miré, sonreí por su situación, y esa fue motivación sufienciete para que se dirija la esposa socarronamente -esas son las cosas maravillosas que tiene el vivir en sociedad; si no fuera por los demás, las parejas asentadas tendrían un 80% de chances de dialogar y, consecuentemente subsistir-: "Vamosnó, vieja! -y, ya mirandome a mí- A mí dejame de joder con estos pescados que te tocan los pies". Mi predicción se había cumplido; le hombre no quería estar ahí, y le dije: "Seeee. A mí dame Mar del Plata y sacame estos pescados!". Nos sonreímos como esos amigos que se conocen con sólo una mirada; como esa dupla de delanteros que con sólo un gesto hacen la jugada de su vida. Congratulado con la situación, me puse a tomar sol y salí del agua. Pero no todo quedó ahí. Tengo ciertos problemas con saber las horas porque éstas determinan cosas como las comidas, los descansos, etc. -probablemente, en el fondo, mi problema sea querer y no poder controlar el paso, inexorable, del tiempo-. En el lugar donde estábamos, hay una hora de diferencia con Argetina,a favor de ellos. Así que, despojado de relojes tanto yo como mi compañera, no encontré mejor opción que preguntarle al gorila en cuestión la hora, al tiempo que salía del agua con su esposa y sus dos hijas. "¿Me decís la hora, pr favor?", dije. La señora, atenta, me dijo "Sí, son las 4 de la t...."; y el marido, enseguida, interrumpió. "No no no, las 3 menos dos minutos, HORA OFICIAL". "Claro!! pensé- ¿Cómo puedo pensar que un simio de estas características puede contemplar que la hora que vale, que LO QUE VALE, no sea lo nuestro. Es de esa clase de personas que, un Autralia, no pararía de hace comentarios como "pensar que acá estamos comiendo carne, y en "casa" estaríamos tomando la leche". o que ante una pregunta te dice "Mirá, no tengo ni idea que hora es acá, porque para mí siguen siendo las 10 menos cuarto de la noche", y hay un sol que raja la tierra. Es increíble y maravilloso que aún exista este tipo de personas.
Si hablamos de turismo argentino en Brasil, casi inevitablemente, pensamos en dos lugares genéricos: Floriánópolis y Rio de Janeiro, con mayor prevalencia del primero. Hasta que no se asentaron definitivametne en el hábito de los argentinos, los '90 trajeron, como primer lugar a explorar, Florianópolis -me niego rotundametne a decirle Floripa-, lugar donde una gran cantidad de argentinaos comenzaron a pasar sus vacaciones. También es sabido que esos años mozos trajeron en el país una desculturización muy grande y una despreocupación muy grande -fue une de las caras de la subestiamción a todo lo NO ARGENTO- hacia otros países. Bueno, hoy por hoy, casi 20 años después de ese furor, que no cesó ni mucho menos, aún encontramos gente que dice FLORIANAPOLIS!!!!!!!!!! ¿No bastaron 20 años de crecimiento turìstico incesante, de pancartas publicitando este lugar como destino, de miles de videographs de noticieros de todos los canales durante el verano, de casos policiales en los cuales aparecían implicados argentinos que veraneaban allí para darse cuenta que es Florianópolis y no FLORIANAPOLIS?? ¿Se trata de gente que realmetne tiene la convicción de que se llama Florianápolis o es gente tan incapaz de ser permeable a nuevos conceptos? Resulta, al menos llamativo encontrar estos especímenes, pero los hay, y aún son muchos. ¿Estamos ante un ejemplo de similares características que la gent que dice CALCAMONIA y no calcomanía? ¿No se dan cuenta que es una calco y no una calca?
Retomando el episodio anterior, el del señor que no cambiaba el reloj, en ese publicitado balneario, a donde suelen desembocar muchos turistas en tours armados especialmente para conocerlo, comprobé algo que sospechaba, pero que no podía asegurar. Los brasileños no conocen el agua caliente, o al menos no saben que es agua con calor. Seguramente piensan que el agua caliente se compra caliente, o que es un todo integrado, como el aguaras. "Tein agua quente?", pregunté. "Nao", me respondió con la nobleza de un hombre que quiere ayudar pero no puede, pero con la ignorancia de uno que tiene una canilla y una hornalla y no se da cuenta de que esas dos cosas, juntas, hacen el agua caliente. Además, en el mini balneario no había baño, lo cual es una paradoja y una fina ironía porque los pececitos que hay en el agua no son motivación alguna para usar el mar para esos fines. Es justamente ahí donde más baños tendrían que haber para no alimentar la malicia.(continuará)