domingo, 23 de septiembre de 2012

Un buzo, un niño y un festejo



   Hay algo en los festejos que inquieta, que intranquiliza y que, sin dudas, moviliza y apasiona. La cultura de los festejos de un tiempo a esta parte ha, como toda manifestación forzada y artificial, venido a poner a éstos en un lugar para el cual tal vez no estén preparados, ni para el que nosotros, como “festejadores circunstanciales”, podamos llegar a interpretar.
   De la mano de un mercado cada vez más sofisticado para todo lo que es producir una falsa sensación de alegría y bienestar, la industria del festejo “porque sí” se ha instalado en nosotros como sociedad de manera firme, sin retorno.
   En este plano entran un sinfín de fechas infames y sin un estricto sentido sentimental –día del sobrino, del ahijado, del abuelo, de todas las profesiones habidas y por haber, etc.- pero con un objetivo único e indiscutible: festejar, y regalar, claro.
   Ligado a una angustia que ya he tratado en otros posteos anteriores, como lo es la que representa  para mí el acto de “tener” que regalar, viene íntimamente asociada esta tendencia casi irrestricta a celebrar cualquier cosa, por menos significado autónomo que ésta tenga.
   Festejar implica necesariamente consumir y además, consumir para festejar o por festejar, tiene cierto grado de supuesto placer que lleva a la mente humana a alejarse de todo análisis estrictamente racional para detenerse en semejante acción. ¿Es necesario festejar tanto? Y, en caso de que lo sea, ¿por qué? ¿Qué oculto encanto o reivindicación esconde la despiadada inclinación por el festejo que la hace tan absurda?
   Esto no tiene que ver, justamente, con ser un ser oscuro socialmente, ni con despreciar cualquier manifestación de alegría; pero está más dirigido, sí, a una tendencia cada vez más fuerte de tratar de desglosar cada acto en su raíz más profunda, usualmente de manera equivocada.

Egresados 2012

   Sentado en una mesa de domingo, detrás de mí, en un perchero puesto estratégicamente en el patio, colgaba algo de ropa que, al sol, parecía secarse mejor. Entre ellas, un colorido buzo con capucha colorado llevaba puestas las inscripciones “Egresados 2012”. La mesa, vale aclarar, la compartía con una familia compuesta por mamá, papá y sus hijos, de 8 y 5 años. A ninguno de los dos padres pertenecía, ciertamente, ese buzo y tampoco, claro, a la nena de 8 años, que no terminaba ninguna etapa de su vida lectiva. Efectivamente, el buzo de “Egresados” era de mi ahijado, de 5 años que, este año, egresa del jardín de infantes.
   Averiguando más acerca de la raíz de esta decisión, resultaron ser apenas un par de padres que, con su entusiasmo, acarrearon al resto de los padres del curso a llevar adelante esta medida, so temor a dejar a sus hijos “fuera de onda”.
   La abundancia tiende a borrar los límites de lo deseado, genera falsas ilusiones y visiones sesgadas y erróneas. ¿Para qué, entonces, tantos festejos?
   La necesidad compulsiva de festejar, debe estar asociada directamente a alguna otra angustia; a alguna necesidad reivindicativa que no logra manifestarse en otro campo de la vida cotidiana y que requiere de grandilocuencias, fechas y recordatorios para hacer recordar que determinado día, tenemos que hacer feliz a alguien y, consecuentemente, eso nos hará felices a nosotros.
   Es que, últimamente, el festejo se ha vinculado de manera íntima al marketing de la felicidad y contra ello no hay, aparentemente, nada que pueda hacerse; de una felicidad meramente ligada a lo material y que no encuentra otro salvoconducto en expresiones más profundas de nuestro sentir diario.
   Paradójicamente, todas estas nuevas manifestaciones mercantiles, desprovistas de todo significado y hechas únicamente para obtener, en el fondo del camino, algún extraño sentido de pertenencia, llegan fogoneadas desde sectores que podrían llamarse la nueva “burguesía”, aunque el término resulte a veces excesivo; gente que puede gastar en estas idioteces –estando o no de acuerdo filosóficamente con ellas- y puede, a su vez, continuar su vida sin el menor problema.
   Podría afirmar, sin certeza pero con la clara presunción de dar en el blanco, que en los sectores más postergados, este tipo de prácticas no tienen lugar de manera tan acentuada y reiterativa; lamentablemente, la segura proliferación cercana en el tiempo de una nueva industria y moda de buzos de egresados del jardín, probablemente genere esa nueva necesidad ficticia y creada por los que más tienen, condenando a los menos favorecidos a gastar dinero en algo que no contribuirá jamás en ningún aspecto a la formación de los niños, sino servirá sólo para hacerles creer que son felices.
   Y como esto, se seguirán inventando miles de festejos sin sentido que, consecuentemente crearán nuevas necesidades para continuar en este sinsentido en que parece haberse convertido la vida, en donde la felicidad sólo se consigue festejando.