Hay algo en los
festejos que inquieta, que intranquiliza y que, sin dudas, moviliza y apasiona.
La cultura de los festejos de un tiempo a esta parte ha, como toda
manifestación forzada y artificial, venido a poner a éstos en un lugar para el
cual tal vez no estén preparados, ni para el que nosotros, como “festejadores
circunstanciales”, podamos llegar a interpretar.
De la mano de un
mercado cada vez más sofisticado para todo lo que es producir una falsa
sensación de alegría y bienestar, la industria del festejo “porque sí” se ha
instalado en nosotros como sociedad de manera firme, sin retorno.
En este plano
entran un sinfín de fechas infames y sin un estricto sentido sentimental –día
del sobrino, del ahijado, del abuelo, de todas las profesiones habidas y por
haber, etc.- pero con un objetivo único e indiscutible: festejar, y regalar,
claro.
Ligado a una
angustia que ya he tratado en otros posteos anteriores, como lo es la que
representa para mí el acto de “tener” que
regalar, viene íntimamente asociada esta tendencia casi irrestricta a celebrar
cualquier cosa, por menos significado autónomo que ésta tenga.
Festejar implica
necesariamente consumir y además, consumir para festejar o por festejar, tiene
cierto grado de supuesto placer que lleva a la mente humana a alejarse de todo
análisis estrictamente racional para detenerse en semejante acción. ¿Es
necesario festejar tanto? Y, en caso de que lo sea, ¿por qué? ¿Qué oculto
encanto o reivindicación esconde la despiadada inclinación por el festejo que
la hace tan absurda?
Esto no tiene que
ver, justamente, con ser un ser oscuro socialmente, ni con despreciar cualquier
manifestación de alegría; pero está más dirigido, sí, a una tendencia cada vez
más fuerte de tratar de desglosar cada acto en su raíz más profunda, usualmente
de manera equivocada.
Egresados 2012
Sentado en una mesa
de domingo, detrás de mí, en un perchero puesto estratégicamente en el patio,
colgaba algo de ropa que, al sol, parecía secarse mejor. Entre ellas, un
colorido buzo con capucha colorado llevaba puestas las inscripciones “Egresados
2012”.
La mesa, vale aclarar, la compartía con una familia compuesta por mamá, papá y
sus hijos, de 8 y 5 años. A ninguno de los dos padres pertenecía, ciertamente,
ese buzo y tampoco, claro, a la nena de 8 años, que no terminaba ninguna etapa
de su vida lectiva. Efectivamente, el buzo de “Egresados” era de mi ahijado, de
5 años que, este año, egresa del jardín de infantes.
Averiguando más
acerca de la raíz de esta decisión, resultaron ser apenas un par de padres que,
con su entusiasmo, acarrearon al resto de los padres del curso a llevar
adelante esta medida, so temor a dejar a sus hijos “fuera de onda”.
La abundancia
tiende a borrar los límites de lo deseado, genera falsas ilusiones y visiones
sesgadas y erróneas. ¿Para qué, entonces, tantos festejos?
La necesidad
compulsiva de festejar, debe estar asociada directamente a alguna otra
angustia; a alguna necesidad reivindicativa que no logra manifestarse en otro
campo de la vida cotidiana y que requiere de grandilocuencias, fechas y
recordatorios para hacer recordar que determinado día, tenemos que hacer feliz
a alguien y, consecuentemente, eso nos hará felices a nosotros.
Es que,
últimamente, el festejo se ha vinculado de manera íntima al marketing de la
felicidad y contra ello no hay, aparentemente, nada que pueda hacerse; de una
felicidad meramente ligada a lo material y que no encuentra otro salvoconducto en
expresiones más profundas de nuestro sentir diario.
Paradójicamente,
todas estas nuevas manifestaciones mercantiles, desprovistas de todo
significado y hechas únicamente para obtener, en el fondo del camino, algún
extraño sentido de pertenencia, llegan fogoneadas desde sectores que podrían llamarse
la nueva “burguesía”, aunque el término resulte a veces excesivo; gente que
puede gastar en estas idioteces –estando o no de acuerdo filosóficamente con
ellas- y puede, a su vez, continuar su vida sin el menor problema.
Podría afirmar, sin certeza pero con la clara
presunción de dar en el blanco, que en los sectores más postergados, este tipo
de prácticas no tienen lugar de manera tan acentuada y reiterativa;
lamentablemente, la segura proliferación cercana en el tiempo de una nueva
industria y moda de buzos de egresados del jardín, probablemente genere esa
nueva necesidad ficticia y creada por los que más tienen, condenando a los
menos favorecidos a gastar dinero en algo que no contribuirá jamás en ningún
aspecto a la formación de los niños, sino servirá sólo para hacerles creer que
son felices.
Y como esto, se
seguirán inventando miles de festejos sin sentido que, consecuentemente crearán
nuevas necesidades para continuar en este sinsentido en que parece haberse
convertido la vida, en donde la felicidad sólo se consigue festejando.